sábado, 30 de noviembre de 2013

La alegría del Evangelio

Año XLV, número 48 - Ciudad del Vaticano - 29 de noviembre de 2013

Publicada la exhortación apostólica del Papa Francisco que quiere indicar el camino de la Iglesia en los próximos años.

El Papa Francisco tiene «un sueño». El de una Iglesia encaminada sin demora por el camino «de una conversión pastoral y misionera»: una actitud personal y comunitaria «capaz de transformar» en
lo profundo costumbres, estilos, lenguaje, estructuras, orientándolos hacia la evangelización más bien
que hacia «la autopreservación».
Ese «sueño» está en el centro de la exhortación apostólica Evangelii gaudium, presentada el martes
26 de noviembre en la Sala de prensa de la Santa Sede. Un documento de 224 páginas, en cinco capítulos, que recoge los frutos del Sínodo de los obispos sobre «La nueva evangelización para la
transmisión de la fe». Pero es evidente que la intención del Papa va más allá de la sencilla recepción de las indicaciones de los padres sinodales. Porque lo que se ofrece a toda la comunidad cristiana es un texto que «tiene un sentido programático y consecuencias importantes».
«Quiero dirigirme a los fieles cristianos —escribe el Papa— para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años».
Al Pontífice le interesa que cada bautizado lleve a los demás con nuevo dinamismo el amor de Jesús,
viviendo en «estado permanente de misión».

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viernes, 22 de noviembre de 2013

El Pontífice llama a la solidaridad concreta

Año XLV, número 46 - Ciudad del Vaticano - 15 de noviembre de 2013
Ante los miles de muertos y desplazados por el paso del tifón Haiyan


Una catástrofe con pocos precedentes causó el paso del tifón Haiyan por Filipinas. En la ciudad de Tacloban, la mayormente azotada por la tempestad, y que tenía más de doscientos mil habitantes, sólo el veinte por ciento de la población puede recibir ayuda de forma continua debido al estado general de destrucción. Según fuentes oficiales del gobierno difundidas hasta la fecha por las Naciones Unidas se calculan 4.660 muertos; mientras que son más de once millones las personas que sufren las consecuencias del tifón, entre ellos, son cientos de miles los desplazados. Muchos están tratando de sobrevivir sin amparo, alimento o agua potable.
Dolor por las numerosísimas víctimas y solidaridad con los socorristas expresó inmediatamente el Papa en un telegrama, firmado por el secretario de Estado, el arzobispo Pietro Parolin, dirigido al presidente de Filipinas Benigno Aquino III. «Profundamente entristecido por la destrucción y la pérdida de vidas —se lee en el telegrama— su Santidad el Papa Francisco expresa profunda solidaridad hacia todos los que han sido golpeados por la tempestad y sus consecuencias. Recuerda en especial a quienes lloran la pérdida de sus seres queridos y a quienes han perdido sus casas. Al rezar por todo el pueblo de Filipinas, el Santo Padre alienta a las autoridades civiles y a los equipos de rescate que asisten a las víctimas de la tempestad e invoca la bendición divina de fuerza y de consolación para la Nación».
La tragedia de Filipinas también se recordó en el Ángelus del día 10, cuando el Papa, asegurando su cercanía, pidió oraciones y ayudas concretas para las poblaciones afectadas con estas palabras: «Deseo asegurar mi cercanía a las poblaciones de Filipinas y de esa región, que fueron azotadas por un tremendo tifón. Desgraciadamente las víctimas son muchas y los daños enormes.
Oremos un momento, en silencio, y luego a la Virgen, por estos hermanos y hermanas nuestros, y tratemos de hacer llegar a ellos también nuestra ayuda concreta.
Oremos en silencio». Llamamiento que reiteró el miércoles 13 en la audiencia general, y que publicamos en la última página. Como respuesta a la situación, una primera aportación de 150.000 dólares fue enviada por el Pontífice a través del Consejo pontificio «Cor Unum».
La Conferencia episcopal italiana destinó tres millones de euros para la primera emergencia, mientras que Cáritas envió cien mil euros.


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miércoles, 13 de noviembre de 2013

Vidas truncadas entre el desierto y el mar

Año XLV, número 45 - Ciudad del Vaticano - 8 de noviembre de 2013
El Papa en su primera visita al cementerio del Verano reza también por los inmigrantes fallecidos


Vidas truncadas entre el desierto y el mar «buscaban una liberación, unavida más digna». Vidas que el Papa Francisco no puede olvidar. Así, el viernes 1 de noviembre, solemnidad de Todos los santos, las víctimas de las enésimas tragedias de las emigraciones ocuparon el centro de una jornada vivida bajo el signo del recuerdo, de la conmemoración de quienes nos precedieron en esa «riba » donde se lanza «el ancla de la esperanza» cristiana. Una esperanza que en el cementerio romano del Verano
estuvo simbólicamente representada por la rosa roja depositada sobre una de las tumbas históricas
del cementerio monumental romano, donde el Papa Francisco celebró la misa por los difuntos, retomando una antigua tradición interrumpida hace ya veinte años.
Ningún folio para un discurso que el Pontífice quiso que fuera comprendido en su espontánea sencillez. Capaz, por lo tanto, de hacer captar en su inmediatez la imagen «tan bella» de ese cielo —del que hablaba el pasaje del Apocalipsis leído durante la celebración— al cual sólo se puede acceder lavado por la sangre de Cristo.
Una sangre —recordó el Obispo de Roma al término de la misa— similar a la derramada por quienes mueren buscando la libertad de violencias y miseria. El Papa Francisco no olvidó a los vivos, los que se salvaron de las tragedias, que hoy viven «amontonados» en centros de acogida incapaces de hospedarles adecuadamente.
Para ellos el Pontífice invocó una rápida conclusión de los procedimientos legales en vista de un alojamiento más digno. Pocas hora antes, en la plaza de San Pedro, ante una gran multitud de fieles, el Santo Padre había relanzado la misma imagen de humanidad que sufre a causa del odio traído
al mundo «por el diablo». Y había pedido oraciones por las víctimas de ese odio. ¿Cómo derrotarlo? Los santos, dijo, nos indicaron el camino: «Nunca odiar, sino servir a los demás, a los más necesitados; rezar y vivir en la alegría. Este es el camino de la santidad». Recorrerlo no significa ser «superhombres» sino personas dispuestas a fiarse de Jesús, «que no decepciona nunca», y, por lo tanto, capaces de vivir con «la alegría en el corazón» y transmitirla a los demás.

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